Carta Desde una Prisión Bahrainí

MANAMA, Bahráin. (ABNA) —

«Los grandes líderes son inmortales, sus palabras y hechos resuenan a través de años, décadas y siglos. Resuenan a través de océanos y fronteras convirtiéndose en una inspiración que pulsa las vidas de muchos que están deseando aprender. Uno de esos líderes es el extraordinario Martin Luther King Jr. Cuando leo sus palabras, le imagino dirigiéndose a nosotros desde otra tierra, otra época, para enseñarnos algunas lecciones muy importantes. Y nos dice que, ante todo, nunca debiéramos amargarnos ni descender al nivel de nuestros opresores; que debiéramos estar siempre dispuestos a hacer grandes sacrificios por la libertad.»

Zainab Al-Khawaja

Agencia de Noticias de Ahlul Bait (ABNA) — Cuando las semillas de la esperanza y la resistencia ante la opresión empezaron a florecer por todo el mundo árabe, el pueblo de Bahrain vio los primeros destellos de un nuevo amanecer. Un amanecer que prometía poner fin a una larga noche de dictadura y opresión, a un largo invierno de silencio y temor, extendiendo la luz y el calor de una nueva era de libertad y democracia.

Con esa esperanza y determinación, el pueblo de Bahrain tomó las calles el 14 de febrero de 2011 para exigir sus derechos de forma pacífica. Sus canciones, poesías, pinturas y cánticos por la libertad recibieron por respuesta balas, tanques, gases tóxicos y escopetas de perdigones. El brutal régimen de los Al-Jalifa estaba dispuesto a acabar con la creativa y pacífica revolución recurriendo a la violencia y sembrando el miedo.

Enfrentados a la brutalidad del régimen, los bahrainíes demostraron una gran moderación. Día tras día, los manifestantes entregaban flores a los soldados y mercenarios que les disparaban. Los manifestantes se quedaban ante ellos a pecho descubierto y con los brazos levantados gritando “venimos en paz, venimos en paz” [similiya, similiya] antes de desplomarse cubiertos de sangre. Desde entonces, miles de bahrainíes han sido detenidos y torturados por supuestos delitos, tales como “reunión ilegal” e “incitación al odio contra el régimen”.

Dos años más tarde, las atrocidades del régimen de Bahrain continúan. Los bahrainíes siguen siendo asesinados, detenidos y torturados por pedir democracia. Cuando en estos momentos miro a los ojos de los manifestantes bahrainíes, observo que la amargura ha sobrepasado a la esperanza. La misma amargura que Martin Luther King Jr. vio en 1966 en los ojos de los amotinados de los barrios pobres de Chicago. Vio que la misma gente que había estado al frente de las pacíficas protestas, que habían arriesgado su vida e integridad física sin desear devolver el golpe, se convencieron después de que la violencia es el único lenguaje que el mundo entiende.

Yo, como King, me siento entristecida al ver que algunos de los mismos manifestantes que en Bahrain se enfrentaban a los tanques y armas a pecho descubierto y con flores, se están preguntando ahora: “¿Qué utilidad tiene la no violencia? ¿Cuál es su superioridad moral si ni siquiera te escuchan?”. Martin Luther King Jr. explica que esta desesperación es algo natural cuando las personas sacrifican mucho, no ven un solo cambio a la vista y sienten que todo su sufrimiento ha sido en vano.

Irónicamente, el cambio hacia la democracia ha sido tan lento en Bahrain debido en gran parte al apoyo que las naciones más poderosas del mundo están prestando a los dictadores de aquí. EEUU y otros gobiernos de Occidente, al venderles armas y proporcionarles apoyo económico y político, han demostrado al pueblo de Bahrain que están del lado de la monarquía de los Al-Jalifa y en contra del movimiento democrático.

Mientras leía las palabras de Martin Luther King Jr., me encontré a mí misma deseando que siguiera vivo. Me encontré preguntándome que hubiera dicho él acerca del apoyo de la administración estadounidense a los dictadores bahrainíes. Qué hubiera dicho acerca de cerrar los ojos ante la sangre y las lágrimas derramadas en búsqueda de la libertad. Todo lo que tuve que hacer fue pasar una página, y esta vez Martin Luther King habló, pero no a mí, sino a vosotros, estadounidenses:

“John F. Kennedy dijo: ‘Aquellos que hacen que una revolución pacífica sea imposible, convierten en inevitable la revolución violenta’. Cada vez más, por elección o de forma accidental, ese es el papel que nuestra nación ha asumido: el papel de quienes hacen imposible la revolución pacífica negándose a renunciar a los privilegios y placeres provenientes de los inmensos beneficios de las inversiones en otros países. Estoy convencido de que si nos alineamos en el lado justo de la revolución mundial, nosotros, como nación, debemos someternos a una radical revolución de valores. (…) una verdadera revolución de valores hará que pronto tengamos que cuestionarnos la imparcialidad y la injusticia de muchas de nuestras políticas, pasadas y presentes.

Estos son tiempos de revolución. Los pueblos de todo el planeta se están levantando contra los viejos sistemas de explotación y están naciendo nuevos sistemas basados en la justicia y la igualdad… Nosotros, en Occidente, tenemos que apoyar esas revoluciones.

Qué triste resulta que debido a nuestra comodidad y complacencia… y a nuestra inclinación a amoldarnos a las injusticias, las naciones occidentales que tanto azuzaron el espíritu revolucionario del mundo moderno se han convertido ahora en el arco antirrevolucionario. Debemos superar nuestra indecisión del pasado y actuar. Debemos encontrar nuevos caminos para hablar a favor de la paz… y la justicia por todo el mundo, un mundo que limita con nuestras puertas. Si no actuamos, nos veremos con seguridad arrastrados por los largos, oscuros y vergonzosos corredores del tiempo reservados para quienes detentan el poder sin compasión, el poderío sin moralidad y la fuerza sin alzar la vista.”

El eco de las palabras de Martin Luther Jr. ha viajado a través de los océanos, a través de los muros y barras de metal de una prisión bahrainí hasta llegar a la celda atestada e insalubre en la que vivo. Escucho las palabras de este gran líder estadounidense, cuya inquebrantable dedicación a la moralidad y la justicia hicieron de él el gran dirigente que fue. Mientras desde mi pequeña celda me maravillo ante su sabiduría, me pregunto si el pueblo de los Estados Unidos también estará escuchando.

Como presa política en Bahrain, trato de encontrar un camino para luchar desde el interior de la fortaleza del enemigo, como describe Mandela. Poco después me trasladaron a una celda con catorce personas –dos de las cuales son asesinas convictas- y me entregaron el uniforme naranja de la prisión. Sabía que no podría ponerme ese uniforme sin tener que tragarme algo de mi dignidad. Me negué a vestir la ropa de las condenadas porque no he cometido ningún delito, esa fue mi pequeña versión de la desobediencia civil. Negarme mis derechos de visita y no permitirme ver a mi familia y a mi pequeña de tres años, ese fue su castigo. Es por eso que estoy en huelga de hambre.

Los administradores de la prisión me preguntan por qué estoy en huelga de hambre. Les contesto: “Porque quiero ver a mi bebé”. Me contestan con indiferencia: “Obedece y la verás”. Pero si obedezco, mi pequeña Jude no va a ver realmente a su madre, sino más bien a una versión rota de ella. Escribí a la administración de la prisión comunicándoles que me niego a llevar el uniforme de las convictas porque “ningún ser moral puede conformarse pacientemente con la injusticia” (Thoreau).

Lo que dificulta más tu vida en la cárcel es que estás viviendo con tu enemigo, incluso en las cosas más básicas. Si quieres comer, tienes que situarte frente a él con tu plato de plástico. Y cada día, te enfrentas a la posibilidad de que te ridiculicen, te griten o te humillen por cualquier razón. O sin razón alguna. Pero en estos tiempos me dejo ayudar por las palabras de los grandes hombres y mujeres. Cuando el “especialista” me amenazaba con golpearme por decirle a una presa que tenía derecho a llamar a un abogado, no me volví atrás. Repetí en mi cabeza las palabras de King: “No importa lo emocionales que puedan ser tus oponentes, tú tienes que mantenerte tranquila”.

Hasta que un día sentí que ya estaba bien de gentes diciéndome que tengo todos los derechos y que me niego a aceptar que tengo responsabilidades. Después de oír esa frase una y otra vez, finalmente me enfadé. Y lo que es peor, me sentí tan frustrada que me puse a gritar.

Pero, ¿no hubo un gran hombre que dijo una vez que en la lucha por la justicia “no debíamos amargarnos” y que “nunca deberíamos descender al nivel de nuestros opresores?”.

Vino a verme una doctora y me dijo: “Puedes entrar en coma, tus órganos vitales podrían dejar de funcionar, tus niveles de azúcar son muy bajos y haces todo esto… ¡por un uniforme!”

Le contesté: “Me alegra que no fueras con Rosa Parks en aquel autobús, para decirle a la mujer que desencadenó el movimiento por los derechos civiles: “que todo fue por nada más que una silla”. Cuando la doctora empezó a preguntarme por el movimiento afro-americano, le ofrecí mi libro sobre Martin Luther King. Si me conocieran, sabrían que muy raramente me ofrezco a regalar mis libros.

En ocasiones, a través de sus palabras, Martin Luther King ha sido un camarada, un compañero de celda más que un profesor. Dice: “Nadie puede entender mi conflicto si no ha mirado a los ojos de los que ama, sabiendo que no tiene otra alternativa que la de adoptar una postura que les deja atormentados”. Lo entiendo. Escribió como si estuviera sentado a mi lado: “La experiencia de la cárcel… es la vida sin el canto de los pájaros, sin poder ver el sol, la luna y las estrellas, sin poder sentir la presencia del aire fresco. En resumen, es la vida sin sus bellezas, es la existencia desnuda, fría, cruel, degenerada”.

Mi padre, mi héroe y mi amigo, sentenciado a cadena perpetua por su trabajo a favor de los derechos humanos, se ha negado también a llevar el uniforme gris de la cárcel. Como es habitual, el gobierno trata de “ponernos en nuestro sitio” quitándonos lo que más nos importa. No permiten que a mi padre le visite su familia. Y para burlarse aún más de él, le dijeron al principio que le permitirían visitarme en prisión si se ponía el uniforme. La crueldad es la marca registrada del régimen de los Al-Jalifa, pero si hay alguien con coraje y paciencia inquebrantables, ese es mi padre. Ninguna presión emocional conseguirá romperle.

La visita de la familia es lo único que una espera en la cárcel. Mi padre y yo seguiremos sin poder vernos ni ver a nuestra familia, pero la lucha por nuestros derechos continúa. Hasta la próxima vez que veamos a nuestra familia, les llevamos en nuestros corazones.

Ayer me dormí mirando hacia la puerta de mi celda con sus barras de hierro y tuve un sueño. Pero esta vez fue un sueño pequeño y sencillo, no iba de democracia o libertad. Vi a mi madre sonriendo, apretando la mano de mi hija, de pie ante la puerta de mi celda. Las vi atravesar la puerta de metal. Mi madre se sentó en mi jergón mientras mi hija y yo yacíamos juntas, descansando las cabezas en su regazo. Hago cosquillas a Jude y ella ríe, y mi corazón se desborda de alegría. De repente siento que estamos bajo una sombra fresca y protectora, miro hacia arriba y veo a mi padre de pie junto a la cama, mirándonos a las tres y sonriéndonos. Sueño con los que amo, es su amor lo que me da la fortaleza para luchar por los sueños de nuestro país.

Zainab Al-Khawaja

Prisión de Mujeres de Ciudad de Isa

Zainab Abdulhadi Al-Khawaja trabaja por los derechos humanos desde 2001. Su compromiso aumentó cuando el 14 de febrero de 2011 se produjo en Bahrain el movimiento por la democracia. Debido a su inquebrantable activismo, ha sido arrestada y encarcelada en diversas ocasiones. Zainab resultó también afectada físicamente, por lo que necesitado de varias intervenciones. Ha recibido el Premio Freedom de Freedom House. En la actualidad está nominada, junto con dos miembros más de su familia, para el Premio Nobel de la Paz.

Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/10808/zainab-al-khawaja_letter-from-a-bahraini-prison

 

 

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